lunes, 1 de mayo de 2023

Tiempo Social y Aceleración.

 A lo largo de gran parte de la historia de las sociedades humanas, el tiempo social se ha ordenado a partir de los ciclos basados en la naturaleza y la cultura.  Eso llevó por ejemplo a las sociedades agrarias a ordenar el tiempo a partir de los ciclos propios de la producción (preparación de la tierra, siembra, cuidados de la planta, cosecha, etc.). Con el correr de los siglos, sin embargo, y el cambio del modo de producción dominante por el capitalismo, se produjo una transformación radical en la forma en que se percibe el tiempo y se utiliza para producir las distintas mercancías.


En las sociedades capitalistas occidentales, el tiempo ha pasado a ser considerado como un recurso limitado y valioso (“time is money”), estrechamente unidos a la productividad y al logro de metas economicistas. En última instancia, todo se evalúa en términos de tiempo productivo: la duración de una jornada de trabajo, el tiempo de venta de las mercancías y el tiempo que se tarda en alcanzar los planes de un negocio en particular.


Esta comprensión instrumental del problema social del tiempo ha generado múltiples conflictos sociales y laborales (parte de las luchas sociales del siglo 19 y 20 fueron la regulación de la jornada laboral y el descanso dominical), ya que ha llevado a una cultura de la prisa (Estilo de Vida instantánea) y la búsqueda de una eficiencia extrema, donde el ocio y el entretenimiento es considerado un lujo y no un derecho (Es digno de ver “con tiempo”, la película “Timeless”).  De la “temporada” en Estados Unidos, Theodor Adorno sacó diversas lecciones, más bien pesimistas sobre el tiempo libre y sus usos en las sociedades capitalistas.




La presión para producir más en lapsos de tiempo menores ha implicado una serie de problemáticas asociadas a la salud mental: patologías sociales como el estrés, el burnout, la ansiedad y la depresión. Además, la mayoría de los trabajadores tienen aún hoy una carga laboral excesiva para su jornada, lo que les impide dedicar tiempo a sus familias, amigos, hobbies y actividades que les brinden satisfacción personal. En contextos muy distintos a los que atribuiríamos el imperativo de la aceleración, como es el arte, también llega y produce sus efectos.


“Pensar el arte, investigar en arte, buscar una manera de practicarlo y frecuentarlo, es una apuesta por la posibilidad de no caer en las lógicas de desviación que la aceleración capitalista nos impone, se trate a la vez de el consumo voraz sin digestión, o de la promoción sin afectos, que hace del ya conocido, de lo confortante, una plusvalía que complace la debilidad del pensamiento” (Sara Baranzoni, Larga vida al arte).


En este contexto, la lógica del “tiempo eficiente" ha penetrado todas las dimensiones de la vida social y ha generado una cultura del consumo acelerado, donde todo está disponible en forma inmediata y  la espera es percibida como algo muy desagradable, lo cual conlleva además impaciencia, ansiedad y frustración. Esta visión ha llevado a la creación de fenómenos como la comida rápida (fast food), las compras on-line con entrega al día siguiente y el entretenimiento en línea 24/7 (Netflix y los diversos streaming de ese tipo), generando una hiperestimulación permanente y una adicción al ritmo acelerado de la vida moderna (workaholic y dependencia a diversas drogas).


Para construir una sociedad más equitativa, pero especialmente sostenible, es fundamental repensar críticamente la manera en que entendemos el tiempo social y su relación con los procesos productivos. Se necesita una nueva cultura de la temporalidad, que priorice la calidad sobre la cantidad del tiempo dedicado a la producción, y que permita una mejor distribución entre trabajo, hogar y ocio. Solo así, podremos construir una sociedad más justa, feliz y saludable para todos los seres humanos.


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