(Rick Blaine, personaje de Casablanca).
En 1949 se estrenó la película “El manantial” protagonizada por Gary Cooper. El film se basaba en la novela homónima de la escritora Ayn Rand (1943), y propuso un tema polémico para esa época, en la relación individuo y sociedad, el primero debe liberarse de toda atadura colectiva y desarrollar a su máximo potencial, inclusive si desde el grupo hay quienes buscan ajustar la particularidad. Una propuesta egoísta que se convirtió en corriente filosófica: El egoísmo racional. La autora pone en la boca del protagonista un speech donde no se inhibe nada, por lo bajo la creatividad no se atiene a ningún piso social, o sea las fuerzas creativas de los individuos deben ser desatadas y no deben ser obstaculizadas por requerimientos colectivos. Una verdadera profecía del neoliberalismo, el sueño anticomunista de su autora. Demos voz a Howard Roark con su defensa del egoísmo:
Ningún creador estuvo impulsado por el deseo de servir a sus hermanos, porque sus hermanos rechazaron siempre el regalo que les ofrecía, ya que ese regalo destruía la rutina perezosa de sus vidas. Su único móvil fue su verdad. Su propia verdad y su propio trabajo para concretarla a su manera: una sinfonía, un libro, una máquina, una filosofía, un aeroplano o un edificio; eso era su meta y su vida. No aquellos que escuchaban, leían, trabajaban, creían, volaban o habitaban lo que él realizaba. La creación, no sus usuarios. La creación, no los beneficios que otros recibían de ella. La creación que daba forma a su verdad. Él sostuvo su verdad por encima de todo y contra todos. (Ayn Rand)
El neoliberalismo y sus relaciones socioeconómicas aparta al ser humano de su contexto social y acrecenta la brecha entre individuo con otros individuos. No olvidemos la cita a una entrevista de Margaret Thatcher donde llegó a decir “la sociedad no existe”. El ultraliberalismo basado en el individualismo.
Un distinguido converso de la izquierda como es Antonio Escohotado asegura que “al elegir la libertad, Occidente se buscó un enemigo que iba a aparecer recurrentemente (...) ahora puedo entender mejor qué es Occidente, qué es mi cultura y ese diálogo entre libertad y seguridad”. El argumento de Escohotado parte de un reduccionismo entre la libertad individual y la seguridad que ofrece el colectivo, por lo demás un falso dilema como analizaremos en breve.
En el cambio del milenio, el hombre contemporáneo es un ser sin vínculos nos dice Zygmunt Bauman y con ello daba inicio a explicar cómo se han transformado las relaciones humanas en este cambio del siglo XX al XXI. Es que el “retiro” del hombre hacia el abrigo del individualismo, le resta desarrollo hacia los otros, o sea el vínculo social, y claro le aporta a construir una impresionante profundidad en su “yo” (self). Sin embargo, esto no ocurre de la nada, son las transformaciones sociales las que generan nuevos contextos.
En parte, esos cambios se explican en el macroproceso llamado Modernidad, donde el abandono de las tradiciones (o sea lo colectivo) y la proyección de la confianza en la ciencia y la técnica van dando paso a comunidades cada vez más antropocéntricas (con una mayor valorización al individuo). Una nueva modernidad (llamada a veces posmodernidad, segunda modernidad, sociedad del riesgo, postindustiralismo, etc.) que se despliega a partir de la anterior ha sido vivenciada en las últimas décadas avanzando desde la relevancia del individuo hasta el hiperindividualismo. Nuestros contemporáneos juguetes electrónicos (computadores, tablets, consolas de videojuegos y celulares) fomentan ese “estar autocentrados".
Sin embargo, no podemos creer que eso es lo propio del ser humano y contra el argumento individualista solemos encontrar en la cultura múltiples ejemplos donde se busca fundamentar la potencia de las relaciones sociales y lo vital del colectivo.
Ningún hombre es una isla
por sí mismo.
Cada hombre es una pieza de un continente,
una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra,
toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio,
o la casa de uno de tus amigos,
o la tuya propia.
(John Donne, No man is an island)
Ojo entonces, con la abstracción conceptual (y con la aplicación de los respectivos idealismos) no hay persona humana sin sociedad, somos -como lo dice Aristoteles- un animal social. Lo demás, como lo dice Marx, son Robinsonadas.
Individuos que producen en sociedad, o sea la producción de los individuos socialmente determinada: éste es naturalmente el punto de partida. El cazador o el pescador solos y aislados, con los que comienzan Smith y Ricardo, pertenecen a las imaginaciones desprovistas de fantasía que produjeron las robinsonadas dieciochescas, las cuales a diferencia de lo que creen los historiadores de la civilización, en modo alguno expresan una simple reacción contra un exceso de refinamiento y un retorno a una malentendida vida natural (Marx, 2013).
Los ejemplos de la historia, la cultura, la psicología y la sociología contradicen el discurso del arquitecto y protagonista de El manantial. Múltiples pensadores como George Herbert Mead, Charles Horton Cooley o Herbert Blumer dan importancia a como lo social se introyecta en el self y como para dar vida a un sujeto autoconsciente es necesario esta dinámica relacional con la familia, el vecindario, la escuela, etc. El concepto del “Otro generalizado” de Mead da cuenta de aquello.
La comunidad o grupo social organizados que proporciona al individuo su unidad de persona pueden ser llamados “el otro generalizado”. La actitud del otro generalizado es la actitud de toda la comunidad. Así, por ejemplo, en el caso de un grupo social como el de un equipo de pelota, el equipo es el otro generalizado, en la medida en que interviene -como proceso organizado o actividad social- en la experiencia de cualquiera de los miembros individuales de él.( G. H. Mead, 1981)
Sabemos además de algunos casos donde los niños han crecido separados de su entorno social, un ejemplo es “L'Enfant sauvage”, el niño salvaje. Un caso estudiado fue el de Víctor de Aveyron y que fue encontrado en 1797 merodeando por los bosques de Toulouse en Francia. Al parecer no había tenido contacto con otros humanos durante años y en cambio se había desenvuelto en el marco de la naturaleza, lo suficientemente bien como para sobrevivir. Al llevarlo a París, fue objeto de estudio de diferentes científicos, quienes impresionados por la situación quedaron con diversas preguntas sobre ¿qué es un ser humano? ¿Cómo se da el desarrollo del individuo, por herencia o experiencia? ¿o, como se alcanza el habla, o el comportamiento adulto? Si bien esas preguntas no tienen respuestas fáciles y tampoco definitivas, estos casos extremos permitieron conocer los límites a la socialización. La falta de presencia de adultos humanos que desarrollarán una crianza limitaron sus posibilidades para convertirse en un humano en forma plena.
El niño fue sometido a un minucioso examen médico en el que no se encontró ninguna anormalidad importante. Cuando se le puso delante de un espejo parece que vio su imagen sin reconocerse a sí mismo. En una ocasión trató de alcanzar a través del espejo una patata que había visto reflejada en él (de hecho, la patata la sostenía alguien detrás de su cabeza). Después de varios intentos, y sin volver la cabeza, cogió la patata por encima de su hombro. (Giddens, 2000)
Podemos observar entonces que la relación entre individuo y sociedad (I – S), es una relación dialéctica y dinámica que relaciona al primero con el segundo a través de la socialización. Es la entrega de las normas sociales más básicas que permiten la existencia de la persona humana. Sin la experiencia de lo social, como vimos con los “niños salvajes” no hay un desarrollo pleno del Self.
Y como la socialización es parte de nuestras vidas, no solo de la infancia, entonces lo social está permanentemente siendo incorporado al yo. Por otra parte, como seres portadores de cultura también vamos nutriendo esa relación al construir cultura. La reproducción cultural de un grupo, comunidad o sociedad nunca es idéntica para la siguiente generación, pues se va innovando, se va creando. Podemos graficar esa relación entre I - S como una cinta de moebio lo que muestra este movimiento permanente, vinculandolos en un fluir bidireccional.
Por último, es la acción social la que lleva al sujeto a salir de sus abstracciones particulares y lo sitúa en el plano societal como un sujeto, dado que la acción implica trascender desde la posibilidad/ potencia (mera abstracción) y pasar a movimiento, a actividad. En la versión de Max Weber: “la acción social es una acción en donde el sentido mentado por un sujeto o sujetos está referido a la conducta de otros, orientándose por ésta en su desarrollo” (Weber, 1969).
O sea, en nuestra vida diaria -incluso comprendiendo nuestro favoritismo generalizado hacia lo individual- nuestro quehacer es impulsado por motivos orientados hacia el otro/s. Entendiendo la debilidad de los proyectos colectivos, también debemos entender que hoy más que nunca para que sea posible un futuro positivo para la humanidad debe haber nuevos contratos sociales que permitan el desarrollo de un justo medio entre el individuo y la sociedad. Si para Aristóteles la virtud consistía en encontrar el justo medio entre extremos que identificaba con los vicios, estamos “condenados” a encontrar el equilibro entre los extremos I-S. Dicho equilibrio es imposible imaginarlo como algo estático, sino como un equilibrio dinámico y a veces inestable, pero que permanentemente lucha por la estabilidad. Si hemos de ser virtuosos entonces nuestros esfuerzos deberán estar en la búsqueda de ese justo medio o equilibrio.