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jueves, 25 de junio de 2015

Cuerpos y medios de comunicación



“El cuerpo, moldeado por el contexto social y cultural en el que se sumerge el acto, es ese vector semántico por medio del cual se construye la evidencia de la relación con el mundo: actividades perceptivas, pero también la expresión de los sentimientos, las convenciones de los ritos de los ritos de interacción, gestuales y expresivos, la puesta en escena de la apariencia, los juegos sutiles de la seducción, las técnicas corporales, elentrenamiento físico, la relación con el sufrimiento y el dolor, etc.”  (David Le Breton)

Los medios de comunicación audiovisual tienen una forma muy particular de (re)presentar los cuerpos humanos. Es un cuerpo mediatizado, estructurado a partir de ciertas tomas de cámara, luces de reflectores y maquillajes especializados.  Y no solo aspectos técnicos intervienen en el performance televisivo, además por su connotación social aparecen ciertos prestigios y reconocimiento que separan a dichos cuerpos de la (re)presentación del resto de las personas.  Cierta aura mística se les reconoce en tanto reciben la etiqueta de estrellas[1], lo que simbólicamente los hace “superiores”.
La máxima explotación del cuerpo -como herramienta televisiva del raiting- es en las mujeres las cuales se ajustan por exigencia o autoexigencia a canones de belleza más estrictos que los hombres. Delgadez, vestuario de moda, a veces exhibicionismo, la mayoría de las veces juventud, etc. son los componentes para la construcción de programas televisivos, donde los espacios para personas mayores de 50 años (incluso ya los cuarentones comienza a disminuir) son escasos.
Teleseries y programas de entretenimiento apelan a la figura de una mujer como condición sine qua non. Se trata de destacar  estereotipos fáciles en su representación (fenotipo europeo, delgadez, etc.) sin embargo difíciles de alcanzar y que proyecta cierta exigencia para las mujeres “normales” que no son partes de la televisión.  De cierta forma, la belleza femenina es cercenada, puesta en vitrina y cuantificada para el consumo televisivo y lascivo. Es la pérdida del sentido de unicidad en el cuerpo de la mujer, donde cámara estructura tomadas enfocadas en la formas, en las curvas, deconstruyéndose la persona para dar paso a la parte.  Es tal la actitud “moderna” al cuerpo, que voces disconformes a esta realidad exageradamente sexista son vistas como conservadoras o puritanas, y dichas actitudes no calzan muy bien con el correr del siglo XXI, y se exige en la pantalla chica mostrar piel como condición asumida por el medio.
El culto al cuerpo nos ha acompañado en occidente desde los antiguos griegos, especialmente el cuerpo de la mujer.  Sin embargo, los medios de comunicación de masas, especialmente la televisión y actualmente internet han amplificado este “culto” a la esfera planetaria, moldeando y disciplinando a las personas.  En tiempos de Facebook, las fotografías y videos de personas de la farándula fluyen por el ciberespacio las 24 horas y los 7 días de la semana.  Las redes sociales dan cierto sentido de cercanía con conductores televisivos por lo que los comentarios de las personas ejercen cierta influencia especialmente en los más jóvenes de la TV.  La sobreexposición pronto cobra su cuota y jóvenes mujeres ven pasar sobre su vida verdaderas “tormentas”.
Este culto levanta a personas a categoría de estrellas a actores, comunicadores, deportistas quienes son celebrados y honrados.  Las posibilidades de caer en desgracia son permanentes y como dice el dicho “mientras más alto más grande es la caída”.  Un ejemplo de caída desde el cielo de las estrellas fue el futbolista Arturo Vidal que en plena Copa América choco su automóvil en evidente estado de ebriedad.  A pesar de los múltiples apoyos, la condena fue muy masiva y mediatizada.

Sin embargo el caso del comunicador Jean Philipe Cretton y su polémica barba hípster son un ejemplo de las presiones que existen sobre el cuerpo mediatizado de los “rostros” televisivos[2]. Para cerrar el tema dejamos aquí un testimonio interesante de una de esas mismas figuras planteando su caso por Twitter:
"No debiese ponerme grave con un tema tan - supuestamente - frívolo, pero dada la majadería de algunos pocos, creo que amerita mayor reflexión.
Mi trabajo está en las comunicaciones, por eso, estoy sujeto a que ustedes, con razón lo juzguen y evalúen, porque es público.
Mi pega la hago con cariño, dedicación y pasión.
Cuando usted siente que tiene potestad de decidir como yo debo lucir ante usted, no hace más que relativizar mi trabajo y obligarme a parecer un pedazo de carne acéfalo, estéticamente digerible, para estar en la norma social que usted cree pertinente.
Peleamos por una sociedad más inclusiva, respetuosa y justa. Si usted considera que por aparecer en la tele, no debiese ser como soy y verme como usted manda, entonces, retrocedemos en el tiempo y todas nuestras batallas pierden sentido.
Si mi look no es de su agrado, agradecería reservara sus comentarios, ya que en nada contribuyen a mi realización personal y profesional.
Opinemos menos del resto y preocupémonos de ser mejores.
Con cariño se despide, un barbón tatuado, que da la casualidad, es conductor de programas en televisión"
Las críticas a su imagen "alternativa" en los medios de comunicación

Estudio: "Valor de un rostro" de Adimark GFK


[1] Las etiquetas que reciben estas personas destacadas en los ambientes faranduleros son variadas: “Rostro”, “Figura”, “Estrella”, “Astro” y los un poco más antiguos diva, galán.  En un sentido colectivo se habla en los setentas y ochentas  del “Jet set” y hoy de la “Farándula”.
[2] De una forma sútil Radio Bío-Bío lo plantea como un “atrevimiento” de parte de Jean Philippe Cretton. “La larga barba del comunicador ha despertado todo tipo de comentarios en las redes sociales. Mientras algunos defienden su atrevimiento, otros le piden que la corte.  En un primer momento, el mismo animador se burlaba de su look, incluso publicó una imagen de su antes y después, pero al parecer los comentarios y bromas sobre su imagen dejaron de parecerle graciosos”.

jueves, 18 de junio de 2015

La Batalla por el cuerpo. Consumo, género y poder


“Cuando la confesión no es espontánea ni impuesta por algún imperativo interior, se la arranca; se la descubre en el alma o se la arranca al cuerpo.”
(Michel Foucault)
Nuestra existencia humana es inimaginable sin nuestro cuerpo, y sin embargo durante las experiencias cotidianas demostramos con los actos que tenemos actitudes hacia él que van desde el olvido hasta el desprecio y el odio.  Por ello es que partimos de la idea de una batalla por el cuerpo, el que es un verdadero “champs de bataille”.
El cuerpo no es solo un complejo biológico, sino que además es social. Desde que nacemos el cuerpo en desarrollo es intervenido por la cultura.  Las soluciones a cuestiones tan esenciales como la alimentación o el abrigo varían de sociedad en sociedad y de época en época.  Hablar del cuerpo implicar pensar en la vestimenta, la sexualidad, en los sistemas de castigos, en los trastornos alimenticios o  la joyería, una gama muy amplia de problemáticas y aun así no ha tenido mucha preocupación sobre él en los estudios académicos. Michel Foucault es parte del cambio de enfoque donde el cuerpo se vuelve epicentro de la discusión teórica (“Vigilar y Castigar” e “Historia de la sexualidad”)
Si hacemos un poco de historia no hay que extrañarse que tal descuido pueda historiarse en los orígenes mismos del mundo occidental. Nuestro conocido filósofo griego Platón (427 – 347 a.c.) plantea la existencia de un dualismo (cuerpo y alma) donde el cuerpo es cercano a las necesidades y preocupaciones mundanas y el alma representa lo elevado.  En última instancia el cuerpo actúa como un impedimento del alma, es su cárcel. Esta particular visión platónica del cuerpo es transmitida por la Iglesia católica, que identificará al cuerpo con el pecado.  Esta doctrina evangelizará a América vía conquista-colonia española y portuguesa.
La modernidad como proceso emancipador de las costumbres del pasado, no logra superar las ataduras que represento la Iglesia y sus doctrinas en relación al cuerpo y el pecado.  El Estado asume el disciplinamiento de las masas y los aparatos a cargo de ello son la Escuela y el Ejercito (Althusser).   Habría que agregar que el trabajo también.  O sea que nuestro cuerpo si bien ve disminuida la presión de la Iglesia sobre él, ve aumentados las “estructuras” que lo utilizan como campo de batalla discursivo.
No es extraño ver como los cuerpos son espoloneados en la escuela a través de la gimnasia, en el trabajo por la “racionalidad” de los movimientos (Frederick Taylor, Henry Ford) y en el ejército con las marchas y los entrenamientos.  Quizás la última gran exaltación –no por ello disciplinamiento y control- fueron las concentraciones nazis y las Olimpiadas de Berlín en 1938.  De cierta forma, el mundo posguerra se rebela ante todo esto en sus diversos movimientos sociales.  Una reivindicación actual sobre el derecho a que la mujer decida sobre sí misma en el caso del aborto o la lucha de las minorías sexuales son proclamaciones de cuerpos autónomas más allá del Estado, la Iglesia y otras estructuras de poder.
La batalla no ha finalizado, es muy temprano para pensar que el retroceso de dichos centros de poder no den paso a otras formas de poder, como el mercado (Acoso laboral) o simplemente los pares (recordemos el énfasis microsocial de fenómenos como el bullying, la anorexia, la bulimia,).  Al final, en este mundo llamado  posmoderno por algunos, falto de certidumbres y multiplicado en riesgos, el cuerpo se ve tensionado especialmente por el si-mismo, el ego.  Aquí es donde el consumo, un elemento que la mayoría no identificaría con el control social, disciplina a la masa en sus gustos a partir de la oferta de modas y de estilos accesible para quienes pueden pagar.

La moda, lo sabemos desde los tiempos de George Simmel, son los gustos de la clase alta que permeabilizan a las otras clases sociales.  El acceso a “estar a la moda” tiene un coste monetario y dichos estilos se cristalizan en una puesta en escena a través de los cuerpos.  La lucha de la identidad se expresa en vestuarios, accesorios, marcas que sean visibles para los otros.  En mundo que se mueve a alta velocidad, la “puesta en escena” de la identidad permite conocer al otro sin realmente conocerlo.