La narrativa
latinoamericana de mediados del siglo XX estuvo fuertemente influida por la
corriente del "Realismo mágico", dicha corriente contaba situaciones
verosímiles pero mezcladas con sucesos extraordinarios y como son percibidos
por los personajes como hechos normales.
Claramente esta producción literaria se relaciona con los diversos
procesos de modernización que viven los países latinoamericanos y el
alejamiento y perdida de las antiguas tradiciones centenarias de las sociedades
precolombinas. Muchas cosas comienzan a
cambian en estos países y los mitos y leyendas resuenan desde la lejanía.
Dichos procesos de modernización
no se desarrollan simplemente por la tendencia de las naciones hacia el
progreso. Los proyectos modernizadores
son de raigambre capitalista y en varios casos también autoritarios, lo que los
une a circunstancias muy violentas, a veces de características surrealistas.
Al igual que Macondo, nuestras
viejas ciudades, muchas de ellas rurales, aisladas y empobrecidas, se van
transformando por la impronta modernizadora y las antiguas creencias comienzas
a desvanecerse, a borrarse. Sin embargo
en los barrios más periféricos el sentido normativo no logra alterar del todo
las creencias no oficiales. Sobreviven
prácticas, creencias y actitudes tan pretéritas que pueden ser rastreables
hasta los habitantes prehispánicos.
Es en los sectores lindantes de
las ciudades donde a pesar del orden urbanístico, las creencias populares
circular libremente. Allí aparecen
diversos oficios que por ejemplo chocan con la medicina oficial, ellos son las
hierbateras, los componedores de huesos, las meicas, etc. Allí también los cantores practican música ya
casi olvidada y los artesanos bordan sueños del pasado.
Es a esta pluralidad discursiva
a lo que le denominamos "La ciudad mágica", a los espacios donde se
desarrollan a través de la oralidad creencias no oficiales -que se entremezclan
con el pensamiento mágico-, y que van más allá de la racionalidad occidental (tampoco
la excluyen) y nos adentran en un mundo mágico y simbólico. Porque aquellas historias no son solo cuentos
simpáticos y pintorescos. Son en primer
término resistencias en el pensar. Las
creencias mapuche han llegado a nuestros días por quienes cuidaron ese tesoro,
le dieron uso y también lo desarrollaron, a pesar del poder político y el de la
Iglesia oficial.
La ciudad mágica es, no solo el
espacio geográfico donde habita el hombre, sino el territorio imaginado y
soñado donde se tejen estas creencias y resistencias discursivas. Estas creencias son especialmente fecundas cuando
del mal se trata. Ellas reflejan todo un
imaginario social, donde la maldad se encuentra sospechosamente en las riquezas
y en el poder. Son los sectores
populares dando una crítica, a veces velada o otras abiertas, a los poderosos
de la sociedad. Uno de estos elementos
es el oro que aparece asociado directamente al diablo y en otras historias a
los bienes efímeros, como en las relatos de los entierros.
De
la ciudad real a la ciudad mágica
Las ciudades chilenas son en su
mayoría producto del proceso de colonización hispánica en estos apartados
territorios sudamericanos. Por lo mismo
es un "nuevo orden" el que se impone en estos lares. No solo es un
nuevo orden político-legal, sino especialmente social, cultural, y porque no
decirlo psicológico.
Dicho orden significará
enaltecer el Orden hispánico (a la larga occidental) por sobre un orden
indígena (fuertemente mapuche, pero también de otras comunidades más). Es la constitución lenta, pero progresiva, de
lo Moderno sobre lo tradicional.
Al fundar la ciudad, dicho orden
sale de lo ideal para ser parte de lo real, y la racionalidad occidental se
transforma en línea recta, o sea en calles, avenidas y luego en edificaciones. Es una materialidad que refleja el discurso
de dominación. La ciudad vuelve a los simples
habitantes de un sector súbditos del Rey y fieles a la Iglesia católica. La plaza de la ciudad se vuelve el punto
central del nuevo orden, y allí podemos encontrar las principales
instituciones. Las autoridades políticas (Cabildo, policía) y las religiosas
(la Iglesia). Jerarquizando el espacio
desde la plaza, los solares más cercanos a ella se distribuyen entre los
vecinos más connotados y gradualmente el status social desciende con las
características de la propiedad de la tierra.
La alianza político-religiosa estructura el espacio fuera de la ciudad en búsqueda
de extender su hegemonía hasta los más recónditos parajes. Las encomiendas cumplen una función
productiva, pero también de control. El indígena
es reducido al otro lado del río Bío-Bío.
El camino real va hilvanando las
pequeñas Villas que poco a poco se van constituyendo en ciudades. Los
primitivos medios de comunicación, serán superados por nuevos medios que irán
aumentando la velocidad y reduciendo las distancias.
En este contexto el pensamiento
mágico de las poblaciones indígenas dominadas van quedando atrapadas a los
espacios periféricos de las ciudades y a los sectores rurales donde se van
constituyendo las poblaciones campesinas.
Todas las creencias anteriores a
las hispánicas y que gozaron de mucho prestigio, comienzan a ser mal
interpretadas por el poder y llegan a ser prohibidas y sancionadas. Eso no
significa que desaparezcan, sino que se escabullen "por aquí y por
allá", sin una iglesia oficial, el pensamiento religioso sobrevivió con
ciertas adaptaciones hasta nuestros
días.