“Si sueñas con Nueva York y con Europa,
te quejas de nuestra gente y de su ropa,
vives amando el cine arte del Normandie,
Si eres artista y los indios no te entienden,
si tu vanguardia aquí no se vende,
si quieres ser occidental de segunda mano,
Por qué no te vas.”
Quizás una de las principales preocupaciones del Hombre
contemporáneo sea sobre si mismo.
Vivimos –por lo menos en occidente- en sociedades donde el individualismo
extremo desperfila al sujeto del sentido colectivo y lo deja desvinculado de
los otros, sus pares. En dichas condiciones parece un poco gratuito hablar de
Identidades latinoamericanas considerando tan amplio territorio, diversidad de
paisajes y multitudes de pueblos e historias.
Hablar de identidad implicará mirarse en el espejo del ser. Así que,
¿quiénes somos los latinoamericanos? ¿Es posible hablar de una identidad
latinoamericana o por el contrario vivimos en una selva identitaria que apunta
a la hibridación?
Quizás en primer término haya clarificar que el concepto
latinoamericano no es originario de estas tierras. Vendría desde la Francia del siglo XIX como
una forma de agrupar aquellos países de origen “latino” versus una américa de
origen anglosajón. Estas etiquetas
tendrían un peso eurocéntrico pues las poblaciones indígenas locales jamás
podrían reconocerse como “latinos” (en relación a esta Europa romana o latina). Si revisamos el proyecto integracionista de
Simón Bolivar, el nombre utilizado seria Colombia derivado de Cristóbal Colón,
la Gran Colombia sería esa unidad entre los distintos pueblos.
La historia de Latinoamérica tiene dos pasados: uno en común
y otro no. El primero nos dice que
fuimos todos “descubiertos” por el Imperio español, el cual por la vía de las
armas logra rápidamente el control de la mayoría del territorio con un
genocidio de por medio. Donde hubo otras
sociedades anteriores están fueron sometidas, con mayor o menor éxito. Conocido es el caso de la sociedad mapuche a
ambos lados de la Cordillera de los Andes en la parte austral de Latinoamérica,
la cual nunca pudo ser reducida por los españoles y sólo se pudo acordar una
frontera.
El otro pasado no es común, es la diversidad étnica presente
antes de las Empresas de Conquista.
Distintas sociedades en distintos momentos de su avance. De esas
sociedades destacan tres por su desarrollo civilizatorio. Los aztecas, los mayas y los incas. En estos tres casos, estas sociedades dominan
un amplio territorio que incluye el sometimiento a su autoridad de otros
pueblos más pequeños; han desarrollo un Estado en un contexto tradicional y se
han desarrollado la poesía, las artes, la filosofía, la religión, pero especialmente
la estrategia bélica; las cuales no
sirvieron de mucho a la defenderse de la tecnología guerrera del Imperio
español.
Del resto de las otras comunidades indígenas, de las
sociedades precolombinas, sabemos muy pocos (por ej: de los guaraníes,
charrúas, mapuche y patagones). Origen
complejo, difuso, perdido en el tiempo. En el territorio que llamamos Chile vivían
variados grupo precolombinos, que fueron reducidos bajo la etiqueta de indio a
un sólo gran grupo de “otros”, excluidos en los tiempos de la republica.
Por lo mismo, se vuelve difícil hablar sobre una identidad
latinoamericana. Lo que nos une es un
discurso común –nacido producto de la emancipación de España-, es el Sueño
Bolivariano, es esa promesa no cumplida del “Todos Juntos” de Los Jaivas, son los
versos de Neruda en “Canto general” (“América no invoco tu nombre en vano”),
pero que visto desde Chile -ese vecino tercamente neoliberal- se vuelve cada
vez más débil.
Que nos une como Latinoamericano, claramente una historia, un
pasado con signos parecidos, eso si cada país con especificidades únicas. Que nos separa, una serie de conflictos limítrofes
que la mayor de las veces se han resuelto torpemente por las armas. Somos países de una gran riqueza en cuanto a
recursos y a la cultura, sin embargo se nos ha enseñado durante más de un siglo
sobre el Progreso y por lo mismo descubrimos que éramos pobres,
subdesarrollados y tercermundistas.
Somos un Adán descubriendo que está desnudo. A propósito de esta “imagen” europea de las
sociedad latinoamericanas, extraviadas entre lo exótico y en lo barbárico, hay
que comentar que parte de esta distancia cultural entre ellos y nosotros, entre
los occidentales y los occidentales de segunda mano, se debe a un imaginario
fantasioso de “América”.
“Desde la Antigüedad se habían forjado en el Viejo Mundo
múltiples representaciones del primitivo. Una era la del « bárbaro », que le
habían legado los griegos; otra la paradisíaca, del hombre en estado de
naturaleza, salida a la vez de la Biblia y de las concepciones clásicas
convencidas de que la historia comenzaba en la « Edad de Oro »”.[1]
En ésta alteridad desigual, entre el “civilizado” y el “bárbaro”
es que la connotación de la América latina se liga a nuestro territorio como el
ejemplo de lo que alguna vez fue Europa, o sea las etapas más primitivas de la
evolución social. Ese espíritu colonialista
decimonónico desarrollará su teoría del darwinismo social teniéndonos a
nosotros como ejemplo.
Los simbolismos abundan en Latinoamérica. Tenemos un cristianismo particularmente vital
en el pueblo que con mucha astucia ha desarrollado una Fe en sincretismo con
creencias más antiguas. La piel morena
es el color común del pueblo y la blanca de las elites. ¿Es posible seguir
preguntándonos que tenemos de común? La desigualdad social está a la orden del
día, si bien a algunos países les ha ido bien en el desarrollo de tipo
capitalista, las huellas de la inequidad son visibles por doquier.
Nota aparte es la del idioma.
Latinoamérica está integrada por
20 países, cuya comunicación fluye a través el español y el portugués (cerca de
2 tercios del total la población el primero y cerca de un 1 tercio es segundo). Está en discusión si las posesiones francesas
pertenecerían a este grupo de Estados que representaría a un porcentaje menor (cerca
de 1 % del total de habitantes).
Igualmente es importante destacar que aún hoy persiste la existencia de
dialectos de los pueblos indígenas: Quechua, Guaraní, Aymara, Náhuatl, lenguas
mayas, Mapudungún. La cuestión del
idioma hace muy fácil moverse entre países, pues si bien existen localismos muy
variados, el uso general permite la comprensión sencilla.
Los casi tres siglos de colonialismo -de España y Portugal-
dejaron importantes huellas culturales.
Ya sea la religión, los sistemas políticos nuevos (es importante
recordar que Brasil luego de su independencia se volvió un Imperio durante el
resto del siglo XIX), los sistemas educaciones o las formas de sociabilidad, no
somos tan distintos para decir que no tenemos un hilo conductor. El pasado nos une, pero el futuro nos une aún
más.