“El cuerpo, moldeado por el contexto social y cultural en el
que se sumerge el acto, es ese vector semántico por medio del cual se construye
la evidencia de la relación con el mundo: actividades perceptivas, pero también
la expresión de los sentimientos, las convenciones de los ritos de los ritos de
interacción, gestuales y expresivos, la puesta en escena de la apariencia, los
juegos sutiles de la seducción, las técnicas corporales, elentrenamiento
físico, la relación con el sufrimiento y el dolor, etc.” (David Le Breton)
Los medios de comunicación audiovisual tienen una forma muy
particular de (re)presentar los cuerpos humanos. Es un cuerpo mediatizado,
estructurado a partir de ciertas tomas de cámara, luces de reflectores y
maquillajes especializados. Y no solo
aspectos técnicos intervienen en el performance televisivo, además por su
connotación social aparecen ciertos prestigios y reconocimiento que separan a
dichos cuerpos de la (re)presentación del resto de las personas. Cierta aura mística se les reconoce en tanto
reciben la etiqueta de estrellas[1],
lo que simbólicamente los hace “superiores”.
La máxima explotación del cuerpo -como herramienta televisiva
del raiting- es en las mujeres las cuales se ajustan por exigencia o
autoexigencia a canones de belleza más estrictos que los hombres. Delgadez, vestuario
de moda, a veces exhibicionismo, la mayoría de las veces juventud, etc. son los
componentes para la construcción de programas televisivos, donde los espacios
para personas mayores de 50 años (incluso ya los cuarentones comienza a
disminuir) son escasos.
Teleseries y programas de entretenimiento apelan a la figura
de una mujer como condición sine qua non. Se trata de destacar estereotipos fáciles en su representación (fenotipo
europeo, delgadez, etc.) sin embargo difíciles de alcanzar y que proyecta
cierta exigencia para las mujeres “normales” que no son partes de la
televisión. De cierta forma, la belleza
femenina es cercenada, puesta en vitrina y cuantificada para el consumo
televisivo y lascivo. Es la pérdida del sentido de unicidad en el cuerpo de la
mujer, donde cámara estructura tomadas enfocadas en la formas, en las curvas,
deconstruyéndose la persona para dar paso a la parte. Es tal la actitud “moderna” al cuerpo, que
voces disconformes a esta realidad exageradamente sexista son vistas como
conservadoras o puritanas, y dichas actitudes no calzan muy bien con el correr
del siglo XXI, y se exige en la pantalla chica mostrar piel como condición
asumida por el medio.
El culto al cuerpo nos ha acompañado en occidente desde los
antiguos griegos, especialmente el cuerpo de la mujer. Sin embargo, los medios de comunicación de
masas, especialmente la televisión y actualmente internet han amplificado este
“culto” a la esfera planetaria, moldeando y disciplinando a las personas. En tiempos de Facebook, las fotografías y
videos de personas de la farándula fluyen por el ciberespacio las 24 horas y
los 7 días de la semana. Las redes
sociales dan cierto sentido de cercanía con conductores televisivos por lo que
los comentarios de las personas ejercen cierta influencia especialmente en los
más jóvenes de la TV. La sobreexposición
pronto cobra su cuota y jóvenes mujeres ven pasar sobre su vida verdaderas
“tormentas”.
Este culto levanta a personas a categoría de estrellas a
actores, comunicadores, deportistas quienes son celebrados y honrados. Las posibilidades de caer en desgracia son
permanentes y como dice el dicho “mientras más alto más grande es la caída”. Un ejemplo de caída desde el cielo de las
estrellas fue el futbolista Arturo Vidal que en plena Copa América choco su automóvil
en evidente estado de ebriedad. A pesar
de los múltiples apoyos, la condena fue muy masiva y mediatizada.
Sin embargo el caso del comunicador Jean Philipe Cretton y su
polémica barba hípster son un ejemplo de las presiones que existen sobre el
cuerpo mediatizado de los “rostros” televisivos[2].
Para cerrar el tema dejamos aquí un testimonio interesante de una de esas
mismas figuras planteando su caso por Twitter:
"No debiese ponerme grave con un tema tan -
supuestamente - frívolo, pero dada la majadería de algunos pocos, creo que
amerita mayor reflexión.
Mi trabajo está en las comunicaciones, por eso, estoy sujeto
a que ustedes, con razón lo juzguen y evalúen, porque es público.
Mi pega la hago con cariño, dedicación y pasión.
Cuando usted siente que tiene potestad de decidir como yo
debo lucir ante usted, no hace más que relativizar mi trabajo y obligarme a
parecer un pedazo de carne acéfalo, estéticamente digerible, para estar en la
norma social que usted cree pertinente.
Peleamos por una sociedad más inclusiva, respetuosa y justa.
Si usted considera que por aparecer en la tele, no debiese ser como soy y verme
como usted manda, entonces, retrocedemos en el tiempo y todas nuestras batallas
pierden sentido.
Si mi look no es de su agrado, agradecería reservara sus
comentarios, ya que en nada contribuyen a mi realización personal y
profesional.
Opinemos menos del resto y preocupémonos de ser mejores.
Con cariño se despide, un barbón tatuado, que da la
casualidad, es conductor de programas en televisión"
Las críticas a su imagen "alternativa" en los
medios de comunicación
Estudio: "Valor de un rostro" de Adimark GFK
[1]
Las etiquetas que reciben estas personas destacadas en los ambientes
faranduleros son variadas: “Rostro”, “Figura”, “Estrella”, “Astro” y los un
poco más antiguos diva, galán. En un
sentido colectivo se habla en los setentas y ochentas del “Jet set” y hoy de la “Farándula”.
[2] De
una forma sútil Radio Bío-Bío lo plantea como un “atrevimiento” de parte de
Jean Philippe Cretton. “La larga barba del comunicador ha despertado todo tipo
de comentarios en las redes sociales. Mientras algunos defienden su
atrevimiento, otros le piden que la corte.
En un primer momento, el mismo animador se burlaba de su look, incluso
publicó una imagen de su antes y después, pero al parecer los comentarios y
bromas sobre su imagen dejaron de parecerle graciosos”.
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