Me he propuesto realizar esta reflexión no
desde una mirada moralizante, sino analítica.
Cuando se habla de familia se toca el espacio de mayor intimidad de los
seres humanos y por lo tanto estamos ante sentires más sensibles que de lo
común. Es que desde los primeros teóricos
de la sociedad en forma continua se ha dado por entender a la familia como la
base de la sociedad.
De lo que aquí se trata es de tematizar la
lógica que constituye familia, la fuerza que atrae a sus componentes, le otorga
roles y funciones. Diremos que hasta hoy
esa lógica predominante ha sido la "Adultocentrista", o sea un tipo
de sociedad y de familia centrada en las necesidades y creencias de los
adultos, con un sesgo excluyente hacia el mundo de los niños y en su peor
faceta, autoritaria, abusiva y violenta.
Para definir ese tipo de patrón de relación
social familiar, partiremos estableciendo los dos elementos que la constituyen
los adultos y los niños. Un organismo es reconocido como "adulto" en
tanto es capaz de reproducirse; en un sentido humano eso conlleva una diversidad
de aspectos biológicos, psicológicos, sociales, culturales, jurídicos,
etc. En las sociedades tradicionales,
rituales específicos marcaban el momento cuando el niño se convertía en adulto;
eso en la actualidad se marca con el termino de la educación media, el servicio
militar en los hombres, el poder trabajar sin el consentimiento de los padres,
etc. En cambio, para el concepto "niño"
se encuentran varias definiciones donde en un sentido legal se relaciona con la
Convención de los Derechos del Niño (1990), y en un sentido general se refiere
a aquella persona que aún no ha alcanzado un grado de madurez suficiente para
tener autonomía. O sea, que todo dependería de que se entiende por autónomo en
cada cultura y momento histórico. En el
mundo actual, y con una más amplia incorporación de jóvenes a la educación
superior se vive un proceso de "moratoria social", que conlleva que
los hijos estén más años en la casa de sus padres.
En segundo término diremos que en el
Adultocentrismo, los padres se ven obligados a construirse a sí mismos como
expertos en crianza y en niños, en personas sabelotodo y capaces de todo, algo
así como una mezcla de profeta y héroe, resumidos en el estereotipo del
patriarca o la matriarca. Y esos padres -sobreexigidos- deben ser capaces de
cumplir las expectativas de sus propios padres, que juegan a volver a tratarlos
como niños que descubren el mundo (de ser padres).
La postura adulto-céntrica no se limita a la
familia, las instituciones sociales como la escuela toma la misma actitud y los
profesores interpretan con habitualidad el rol de padres y madres autoritarios.
En el campo educativo por más reformas que se le han realizado aun no se
supera el sesgo adultocentrista. Y ni
que decir del Estado, la policía, el ejército, la justicia donde la figura del
"padre castigador" esta siempre omnipresente. Revisar como las instituciones sociales de
nuestra "democracia" actúan como ente castigador daría para largo, y
lo que aquí deseamos es centrarnos en la familia.
Diremos entonces que este adultocentrismo en la
familia pareciera venir de antaño desde la constitución de la familia extensa y
nuclear. Es cierto que esta última, con
su movilidad social y geográfica (propia del sistema capitalista), posee una
dinámica mucho más flexible y adaptativa, sin embargo no hay que engañarse, el
rol del adulto es incuestionable y sagrado.
En la sociedad occidental se dio por presentar al niño como un
minusválido, alguien carente que solo con los años lograría la completitud,
momento que no sería otro que el de convertirse en adulto, a ese ritual tan
característico de la mayoría de edad.
Esto significo que hasta los años 60 del siglo pasado, las posibilidades
de participación de los niños era muy limitada y en algunas culturas nula. Para las familias latinoamericanas, donde el
machismo estaba muy presente, significaba que comían antes que los adultos,
debían acostarse temprano y para adaptarse al rol de adultos ya antes de la
adolescencia se debía comenzar a trabajar para comprender el rigor de lo que
aquello implicaba.
En las ultimas décadas eso ha ido en retroceso,
y que bueno que dicho autoritarismo se va en retirada. Sin embargo se da un fenómeno opuesto, que
aquí habremos de llamar niñocentrismo -a falta de otro concepto- y que
pareciera ser propia de un estilo de crianza culposo en relación al rol de la
"autoridad" dentro de la familia. Son padres y madres que titubean a
la hora de tomar decisiones por sus hijos y en casos extremos invitan a sus
hijos a que las tomen, aunque solo posean escasos años de vida. De tanta restricción social pasamos a un
paradigma familiar del "dejar hacer", que en el peor de sus rostros
cae en la negligencia parental.
En principio este fenómeno de corte cultural
podría deberse a la disminución sistemática de los niños en la vida social, por
lo que la crianza de infantes se vuelve más cercana y dialogante. Como el número de niños en la familia es
menor la concentración de la crianza se vuelve mayor y ahí pareciera que esta
la tentación de dejar al niño que haga lo que quiera como demostración de
cariño. Esto puede tomar dos caminos,
uno activo y otro pasivo. En el primero, el adulto activamente promueve
que el niño tome decisiones desde muy corta edad y se le recompensa con un
acceso al consumo de bienes en edad muy precoz, así los infantes son vestidos
como adultos y se les refuerza la cuestión del gusto (colores, modelos y marcas
de las cosas). En la forma pasiva, los
padres no intervienen demasiado y dejan hacer dejándolos libres de
responsabilidades domésticas para que puedan disfrutar de su edad, no es
extraño que este laissez faire los lleve a cometer errores que los involucren
en problemas, que por falta de control no se constate por ejemplo los avances académicos
en la escuela.
El paso de una sociedad adultocentrista a una
sociedad niñocentrista pareciera vinculado a cambios culturales mayores vividos
en el mundo actual hoy usualmente llamamos posmodernidad, o sea, esto implica
cambios en algunos de los patrones culturales como son la ruptura con el deber-ser
y la moralidad estricta, el tránsito hacia el hedonismo y relajo moral. Bien podrían estar vinculados esas
transformaciones con los cambios que vive la familia, desde el autoritarismo
del mundo adulto, hacia un mundo de infancia sin guía ni apoyo.
Se debe reconocer que la responsabilidad de los
padres es ineludible, se puede buscar construir relaciones basadas en el amor
hacia los hijos, sin embargo en dicha relación siempre se es padre y es por
ello que debemos cuidar y educar a los niños.
Eso no implica volver a invitar a la violencia en las relaciones
padre-hijo, adulto-infante; sino más bien, luego del aprendizaje obtenido de la
sociedad adulto-céntrica se debe valorar que la crianza es un proceso y que
como tal se va transformando a sí misma.
Las necesidad de los niños cambian, y no es lo
mismo educar a un infante que a un adolescente, los espacios para la autonomía
deben ir creciendo, pero es vital en los primeros años que el niño aprenda a
confiar en que sus padres estarán para ayudarlo a levantarse cuando caiga. El
invertir el juego de relaciones verticales de la sociedad adulto-céntrica por
otras relaciones verticales en la sociedad niño-céntrica es un error. La solución pasa por construir un tipo de
relación que busca con los años hacerse cada día un poco más horizontal, así
cuando el adolescente se convierta en adulto caminara al lado de sus padres en
total autonomía y autodeterminación.
Superando el adultocentrismo (UNICEF)
Children see. Children Do.