lunes, 6 de abril de 2015

Del adultocentrismo al niñocentrismo, o como los adultos se vuelven niños.


Me he propuesto realizar esta reflexión no desde una mirada moralizante, sino analítica.  Cuando se habla de familia se toca el espacio de mayor intimidad de los seres humanos y por lo tanto estamos ante sentires más sensibles que de lo común.  Es que desde los primeros teóricos de la sociedad en forma continua se ha dado por entender a la familia como la base de la sociedad.
De lo que aquí se trata es de tematizar la lógica que constituye familia, la fuerza que atrae a sus componentes, le otorga roles y funciones.  Diremos que hasta hoy esa lógica predominante ha sido la "Adultocentrista", o sea un tipo de sociedad y de familia centrada en las necesidades y creencias de los adultos, con un sesgo excluyente hacia el mundo de los niños y en su peor faceta, autoritaria, abusiva y violenta.
Para definir ese tipo de patrón de relación social familiar, partiremos estableciendo los dos elementos que la constituyen los adultos y los niños. Un organismo es reconocido como "adulto" en tanto es capaz de reproducirse; en un sentido humano eso conlleva una diversidad de aspectos biológicos, psicológicos, sociales, culturales, jurídicos, etc.  En las sociedades tradicionales, rituales específicos marcaban el momento cuando el niño se convertía en adulto; eso en la actualidad se marca con el termino de la educación media, el servicio militar en los hombres, el poder trabajar sin el consentimiento de los padres, etc.  En cambio, para el concepto "niño" se encuentran varias definiciones donde en un sentido legal se relaciona con la Convención de los Derechos del Niño (1990), y en un sentido general se refiere a aquella persona que aún no ha alcanzado un grado de madurez suficiente para tener autonomía. O sea, que todo dependería de que se entiende por autónomo en cada cultura y momento histórico.  En el mundo actual, y con una más amplia incorporación de jóvenes a la educación superior se vive un proceso de "moratoria social", que conlleva que los hijos estén más años en la casa de sus padres.
En segundo término diremos que en el Adultocentrismo, los padres se ven obligados a construirse a sí mismos como expertos en crianza y en niños, en personas sabelotodo y capaces de todo, algo así como una mezcla de profeta y héroe, resumidos en el estereotipo del patriarca o la matriarca. Y esos padres -sobreexigidos- deben ser capaces de cumplir las expectativas de sus propios padres, que juegan a volver a tratarlos como niños que descubren el mundo (de ser padres).
La postura adulto-céntrica no se limita a la familia, las instituciones sociales como la escuela toma la misma actitud y los profesores interpretan con habitualidad el rol de padres y madres  autoritarios.  En el campo educativo por más reformas que se le han realizado aun no se supera el sesgo adultocentrista.  Y ni que decir del Estado, la policía, el ejército, la justicia donde la figura del "padre castigador" esta siempre omnipresente.  Revisar como las instituciones sociales de nuestra "democracia" actúan como ente castigador daría para largo, y lo que aquí deseamos es centrarnos en la familia.
Diremos entonces que este adultocentrismo en la familia pareciera venir de antaño desde la constitución de la familia extensa y nuclear.  Es cierto que esta última, con su movilidad social y geográfica (propia del sistema capitalista), posee una dinámica mucho más flexible y adaptativa, sin embargo no hay que engañarse, el rol del adulto es incuestionable y sagrado.  En la sociedad occidental se dio por presentar al niño como un minusválido, alguien carente que solo con los años lograría la completitud, momento que no sería otro que el de convertirse en adulto, a ese ritual tan característico de la mayoría de edad.  Esto significo que hasta los años 60 del siglo pasado, las posibilidades de participación de los niños era muy limitada y en algunas culturas nula.  Para las familias latinoamericanas, donde el machismo estaba muy presente, significaba que comían antes que los adultos, debían acostarse temprano y para adaptarse al rol de adultos ya antes de la adolescencia se debía comenzar a trabajar para comprender el rigor de lo que aquello implicaba.
En las ultimas décadas eso ha ido en retroceso, y que bueno que dicho autoritarismo se va en retirada.  Sin embargo se da un fenómeno opuesto, que aquí habremos de llamar niñocentrismo -a falta de otro concepto- y que pareciera ser propia de un estilo de crianza culposo en relación al rol de la "autoridad" dentro de la familia. Son padres y madres que titubean a la hora de tomar decisiones por sus hijos y en casos extremos invitan a sus hijos a que las tomen, aunque solo posean escasos años de vida.  De tanta restricción social pasamos a un paradigma familiar del "dejar hacer", que en el peor de sus rostros cae en la negligencia parental.



En principio este fenómeno de corte cultural podría deberse a la disminución sistemática de los niños en la vida social, por lo que la crianza de infantes se vuelve más cercana y dialogante.  Como el número de niños en la familia es menor la concentración de la crianza se vuelve mayor y ahí pareciera que esta la tentación de dejar al niño que haga lo que quiera como demostración de cariño.  Esto puede tomar dos caminos, uno activo  y otro pasivo.  En el primero, el adulto activamente promueve que el niño tome decisiones desde muy corta edad y se le recompensa con un acceso al consumo de bienes en edad muy precoz, así los infantes son vestidos como adultos y se les refuerza la cuestión del gusto (colores, modelos y marcas de las cosas).  En la forma pasiva, los padres no intervienen demasiado y dejan hacer dejándolos libres de responsabilidades domésticas para que puedan disfrutar de su edad, no es extraño que este laissez faire los lleve a cometer errores que los involucren en problemas, que por falta de control no se constate por ejemplo los avances académicos en la escuela.
El paso de una sociedad adultocentrista a una sociedad niñocentrista pareciera vinculado a cambios culturales mayores vividos en el mundo actual hoy usualmente llamamos posmodernidad, o sea, esto implica cambios en algunos de los patrones culturales como son la ruptura con el deber-ser y la moralidad estricta, el tránsito hacia  el hedonismo y relajo moral.  Bien podrían estar vinculados esas transformaciones con los cambios que vive la familia, desde el autoritarismo del mundo adulto, hacia un mundo de infancia sin guía ni apoyo.
Se debe reconocer que la responsabilidad de los padres es ineludible, se puede buscar construir relaciones basadas en el amor hacia los hijos, sin embargo en dicha relación siempre se es padre y es por ello que debemos cuidar y educar a los niños.  Eso no implica volver a invitar a la violencia en las relaciones padre-hijo, adulto-infante; sino más bien, luego del aprendizaje obtenido de la sociedad adulto-céntrica se debe valorar que la crianza es un proceso y que como tal se va transformando a sí misma.

Las necesidad de los niños cambian, y no es lo mismo educar a un infante que a un adolescente, los espacios para la autonomía deben ir creciendo, pero es vital en los primeros años que el niño aprenda a confiar en que sus padres estarán para ayudarlo a levantarse cuando caiga. El invertir el juego de relaciones verticales de la sociedad adulto-céntrica por otras relaciones verticales en la sociedad niño-céntrica es un error.  La solución pasa por construir un tipo de relación que busca con los años hacerse cada día un poco más horizontal, así cuando el adolescente se convierta en adulto caminara al lado de sus padres en total autonomía y autodeterminación.

Superando el adultocentrismo (UNICEF)
Children see. Children Do.

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